EL ESTRECHO Y YO. Un desconocido ante el espejo. Chema Cobo (2008) español

El Estrecho y yo
Un desconocido ante el espejo.


Me encuentro con un titulo extraño. El Estrecho y yo.
Es fruto de la precipitación. La organización de estos encuentros acuciada por el calendario me lo sugiere y yo inconscientemente, como tantas veces, lo acepto sin más. Conclusión: tengo un problema más. Y nada mejor que un problema. El extrañamiento es el motor de la  filosofía y del arte. El arte es un viaje entre incertidumbres. El arte no soluciona problemas, crea  ficciones que desenmascaran otras muchas ficciones que disfrazadas de realidades se nos aparecen como verdades.
Visto una vez el problema. El Estrecho y Yo. ¡Que complicado! Ésto no tiene limites! Como acotar al Estrecho y al yo para poder hablar de ellos?
Todo un reto.
Tengo por costumbre el considerar el titulo sea de mis exposiciones o de mis cuadros como una parte fundamental de la obra. En ocasiones, he dejado dicho que me resultan tan importantes como el color, el dibujo, o la  precisión de las pinceladas en mis cuadros. Así pues, siguiendo la costumbre, hoy me atengo a un titulo encontrado que he de pintar e ir algo mas allá de la mera descripción que tal titulo sugiere.
Hablar del Estrecho, ya lo he hecho muchas veces, me resultaría fácil, en cambio hablar de mi no solo me confunde sino que me produce un inexplicable pavor.
Pavor al concebir al YO en letras capitales como un simple reflejo, ocasional, en el que nos creemos reconocer  (a base de fe ciega).

 Ese reflejo fantasmal con el que nos topamos a diario en el espejo y al que miramos de reojo y con desconfianza, solo un breve instante por miedo a que nos asalten las dudas. Ese yo que solo se construye  con palabras robadas y gestos ajenos y que conservamos como un tesoro. Ese yo, el impostor al que seguimos como si  fuéramos su sombra. Ese yo que se siente portador de todos los grandes valores y así no aceptar que hace mucho que ha dejado de ser moneda en curso. El yo que se consuela cumpliendo su función esencial como la percha barata que sostiene un sujeto predestinado simplemente a ocupar un lugar (o como diría un castizo, a hacer bulto).
Ya San Agustín escribía: “Me convertí para mi mismo en la  gran cuestión”.
Y Nietsche lo expuso mejor que yo cuando dijo: “El yo es una síntesis conceptual, es decir una ilusión? Un placebo tal vez”.
Lo ilimitado de la cuestión me produce un miedo (vértigo) similar al que se tiene ante el papel o el lienzo  en blanco y al que me enfrento día  a día con el lápiz o el pincel en la mano.
¿El blanco impoluto del papel ? ¿O de la mente? En el momento en que surge el primer trazo, la primera línea, el borrón inicial, mente y papel  empiezan a actuar como vasos comunicantes, si uno empieza a llenarse, le sigue el otro y así sucesivamente. Mejor es no preguntarse quien arrastra a quien , el papel a la cabeza o la cabeza al papel. Cabeza y papel , como gemelos, cara a cara, se plantan en un careo de reconocimiento reciproco, en mutua construcción.
Este símil, algo vago, es imposible ser mas preciso, me sirve para esbozar esa relación entre el Estrecho y yo, un desconocido ante un espejo a la espera de que alguien les presente.
Ahora retomo la ficción, en la que me siento mas cómodo para tratar de poner orden a estas divagaciones.
Este yo que os habla o bien el impostor que lo suplanta, también nació a orillas del Estrecho hace ya mas de medio siglo. El nacer debió resultar fácil y placentero, casi anodino, puede que por esto no tiene recuerdos especiales. Mas difícil le ha sido – a este YO  - calibrar y digerir la extrañeza que le produjo lo que suponía el hecho de haber nacido en el Estrecho. Pero esto ocurrió algo mas tarde,  como siempre pasa, pues lo importante se hace esperar. Aquel pueblo al borde del mar se movía entre una bruma amenazante y una luz amarilla e implacable que acompañadas por  un constante ventarrón hacia que las pocas personas que recuerdo vislumbrar desde el cierro de mi casa paterna aparecieran fantasmales figuras, borrosos perfiles deambulando al azar por las calles como apariciones arrastradas por el destino. Me sorprendían estas figuras que iban desapareciendo en el horizonte cuando otras mágicamente , casi levitando y a contraviento se acercaban adoptando una resignada posición inclinada con respecto al suelo. El rumor del aire mezclado con un cansino sonido de un piano, donde ejercitaba alguna estudiante envolvían todo en una atmósfera legendaria, ahora diríamos cinematográfica.
Yo prefería vivir en una habitación con vistas y mirar sin ser visto.
Me bastaba papel , lápiz y alguna que otra muñeca gigante y rubia que acompaño a mi madre, de quien la herede, en su infancia. La muñeca fue un tiempo mi mas intima interlocutora.
El mayor drama fue dejar la habitación e ir a la Escuela. Al llegar a la Escuela ya sabia prácticamente leer y escribir, creo que tenia entre 3 y 4 años. Ya dibujaba y escribía pero exclusivamente con la mano izquierda. Alguien me dijo que utilizaba la mano del diablo. Nadie se extraño pues dado el carácter que mostraba  a muchos le parecía el diablo mismo. Los textos escritos, solo los leía yo y solo de derecha a izquierda. De la misma manera comenzaba los cuadernos por el final y los acababa por el principio. Esto duro poco, pues en la primera escuela donde termine se me obligo a escribir con la mano RECTA, es decir la derecha, supondría entonces que era la mano del anti diablo. No fue nada grave pues aun hoy escribo, dibujo y pinto con ambas manos. Mas tarde fui a otras escuelas, una religiosa, donde dure poco a causa de mis excesos verbales y mi malsana curiosidad, y termine mejor instalado en una escuela publica, muy cerca del mar donde senté la poca cabeza que he logrado sentar hasta hoy día. Tendría entonces 6 o 7 años.  En los días de encierro en la habitación con cierro, además de descubrir que prefería la soledad, que me gustaba observar sin ser visto y que todo ello terminaba dibujado en un papel, tuve la fortuna de vivir dos grandes aventuras. La primera fue verme sentado frente al mar con gorrita blanca y cubo de lata jugando con la arena, en una inmensa playa solitaria. Allí descubrí una línea que separa el cielo de la tierra, todos conocemos esta línea como horizonte… pero esto no es todo porque si no hubiera dicho simplemente “veo por primera vez”….
 Pues bien, no es solo el “veo por primera vez” sino el “descubro” (solo se descubre después de ver lateralmente) y descubro que esa línea no esta quieta, que esa línea se ve de una manera desde una posición y desde otra se ve diferente. Si estoy sentado la veo mas alta, si me levanto la línea va descendiendo. Este descubrimiento, mas tarde,  ya en casa, cuando he de dibujar, me plantea un problema. ¿Cómo dibujarla? ¿Si la puedo ver de muchas maneras?

La segunda aventura, ocurrió cerca de mi habitación favorita, justo en la estancia de al lado. Mi padre entonces ejercía como Medico y recibía a sus enfermos en aquel lugar. La sala era amplia y con balcón y de sus paredes colgaban algunos cuadros, la mayoría eran títulos y documentos similares, pero entre ellos, me atrajo uno especial, me cautivo desde que mis ojos dieron con el.
El cuadro era la reproducción de una pintura, era la Venus de Velásquez. Dicha imagen me sedujo, tal vez al principio por el tabú del desnudo, aun mas porque tal desnudo si bien mostraba la espalda y las nalgas y las largas piernas de una mujer morena que yacía sobre un lecho, también ocultaba e incitaba, al menos a mi, a imaginar obsesivamente lo que no se me permitía ver. Me recuerdo, a escondidas y subido en una silla dejando mis ojos recorrer aquella piel blanca desde la nuca hasta los tobillos, en busca de un resquicio que me permitiera ver aquel desnudo de frente. Creo que fue  el día en que descubrí que la Venus denuda realmente se mira embelesada en un espejo, ese día fue cuando me di cuenta que el arte tiene mas que ver con el deseo, con lo que esta por ver, que con aquello que con toda claridad se nos pone ante los ojos.
Esa mujer que me da la espalda, que se ve en un espejo que vagamente intuimos era como yo y también como el Estrecho, como el horizonte del mar. Todos creemos verlo todo cuando nos suponemos situados en el lugar correcto, y esto no es así: hay que encontrar el lugar preciso que no es exactamente aquel que todos hemos acordado como correcto.
Empieza a aclararse la dificultad de plantear el YO como centro de la creación.  ¿Es el yo el que hace la obra o es la obra la que va haciendo al yo mientras este se construye?
Una pregunta así entre otras , es la que me arrastro pasados los años a tomar una decisión, la de contar el mundo desde el espacio que quedaba entre el espejo y la Venus, o desde el lugar o lugares que encontraba entre el Estrecho, los Estrechos y Yo.

En palabras de J.L .Borges:
Nosotros hemos soñado el mundo. Lo hemos soñado resistente, misterioso, visible, UBICUO en el espacio y firme en el tiempo; pero hemos consentido en su arquitectura tenues y eternos intersticios de SINRAZON para saber que es falso”
(Infrasutil de Duchamp)
En mi infancia, antes de hacer el examen para acceder al bachiller, me vi obligado a estudiar geografía y me encontré por primera vez con el gran mapamundi que colgaba del encerado en mi escuela tarifeña sita cerca de la fuente de las ranitas. Creo recordar, es parte de esta ficción, una profunda sensación de vértigo y un enorme deseo de aventura, allí pude descubrir que Tarifa y el Estrecho de Gibraltar, mi mundo hasta entonces, eran a la vez principio y fin de algo aun mucho mas grande. Cuando además, y siguiendo la elemental ilustración del libro donde se veía un niño con los brazos en cruz, bajo el sol y aprovechando la sombra,  descubrí donde estaban los puntos cardenales el Norte el Sur el Este y el Oeste  fui presa de una fantasía de la que aun , creo, no he logrado liberarme. ¡No eran pueblos, eran continentes, con otros pueblos, con gentes de otro color, con otras costumbres, con otras lenguas! Me sentí muy pequeño y a la vez un gigante ávido de conocimiento y presa de todo tipo de curiosidades. Entonces empecé a imaginar, a soñar despierto y a pasear solitario, al salir de la escuela, a orillas del mar. Me dejaba caer por el puerto pesquero para ver los barcos, que iban y volvían después de faenar en tierras africanas, al sur de Canarias. Oía conversaciones y mas tarde me inventaba lo que no había podido entender de tales conversaciones.
El Estrecho se convertía en una leyenda y esta leyenda en mi guía existencial.
Unos días aquel continente, África, aparecía potente, luminoso y radiante, otros, los mas, desaparecía del escenario tras una espesa cortina lechosa, vaporosa, mágica. ¿Era aquello real? ¿Era una ficción? ¿Era un teatro donde un Houdini de gran tamaño movía los hilos de aquel teatrito?  ¿Qué papel me tocaba a mi?
Por entonces no me sentía ubicado ni limitado a un lugar sino todo lo contrario, yo era la levedad, yo era el reflejo, yo era la nube, yo aparecía y desaparecía dependiendo del brillo del azogue en el que intentaba descubrirme en el horizonte.  Un horizonte que un día estaba en la punta de mi nariz, otros a un tiro de piedra y el siguiente perdido en una indefinida finitud, pero siempre renovándose.
Esta renovación me arrastraba como a un barco que ha perdido velas y timón y yo era en cuando cambiaba cada día, cada hora, cada minuto, cada instante.
El Estrecho era, es? Tiempo en estado puro, yo un evento ocasional, un segundo en una eternidad que ni rinde cuentas  a nadie ni sabe de ellas. Y ay de quien se atreva a pedírselas.
Es desde entonces que  yo, al igual que un reflejo en un espejo ,  me compongo y descompongo, me arruino y renazco en cada uno de los movimientos cordiales del mar de fondo del tiempo del Estrecho.
Mi obra no es exclusivamente sobre el Estrecho. Puntualmente lo ha sido. Sin embargo si que mi actitud como creador es en parte fruto de mi relación con el Estrecho.
Así pues, a finales de lo 70, escribía:
“Hoy el agua salpica las ventanas de la casa donde trabajo; el horizonte sigue estando tan lejos, aun cuando su línea divide en diagonal el cuadro en el que estoy”
(…)
“En resumen, todo frente a mi son contraseñas. No puedo ordenar nada. Hoy el orden es una serie accidental de accidentes concebidos accidentalmente. Al no poder ordenar nada, todo es una prolongación mía y yo una prolongación de todo. Todo es un fluido continuo. Una continua metamorfosis; luego, mi espacio pictórico – que es mi prolongación – se compone y recompone continuamente. Ahora, la cortina de nubes blancas suena “A song for Europe”, el estudio, la ventana, el lienzo, el azul…”


Ya en el año 1982 decía:
Me coloco a mi mismo en la dialéctica entre dos realidades: una dentro del lienzo (codificada como ilusión) y la otra fuera del lienzo (codificada como realidad). Esta última es la realidad que nosotros vemos y experimentamos a través de los sentidos. Sin embargo, esta realidad se puede ver también como una imagen y la realidad dentro del lienzo como otra diferente. Ambas imágenes son ineludibles metafísicamente al igual que las ilusiones y los conceptos también lo son. Necesitamos nuestra razón y también nuestros sentidos para interpretar ambas. Por tanto, considero ambas realidades un continuo: la realidad dentro del lienzo es tan ilusoria como la realidad fuera del lienzo.
[…]
Dos realidades, dos ficciones, y un lienzo en el medio. La percepción es el vaivén entre las dos.

Un poco mas tarde entre mis textos puede leerse (1983-1985).
Texto Figura pg. 49-50

En esta época en la que vivo entre Chicago, New York, Roma y Tarifa es cuando hago estos cuadros.
(imágenes)
Entonces, cuando vivía en Tarifa, mi casa estaba situada a orillas del mar, sobre una colina. Al frente  tenia a la derecha, Tánger, y a la izquierda Ceuta, entre estos dos faros guías al anochecer se veía encendida la ventana de mi estudio. Esta ventana tenia la forma y el tamaño de los grandes bastidores que en aquellos días utilizaba para colocar lienzos y pintar cuadros.
Si bajaba del estudio al salón de mi casa, la ventana que daba al mar era de otro formato que repetía otro de los tamaños de lienzos utilizados entonces.
¿He pintado alguna vez el Estrecho? No, ha sido al contrario, el Estrecho me ha pintado a mi y me ha ofrecido tantas imágenes que soy casi invisible a base de correcciones. El Estrecho es mi forma de estar en el mundo.
Ficciones, leyendas, historias, invenciones van acumulándose, van superponiéndose en sutiles capas que el tiempo encallece, cristaliza y nos las presenta como realidades en cuyo reflejo creemos reconocernos.  El tiempo hace que nos pensemos mas sólidos que las ficciones, leyendas e invenciones que al fin somos. Pero basta otra capa mas, basta un mal movimiento para que toda esta construcción se disuelva en el aire, se evapore en el tiempo.

Cuando pensamos en orientarnos, suponemos poner limites. El Norte, el Sur, Este y Oeste serian pues los cuatro ángulos del marco donde nos queremos ver representados.
Pero si estos cuatro puntos estuvieran dispuestos al contrario como cuatro esquinas cuyos ángulos se miran unos a otros? Nos encontraríamos como habitantes de un espacio que se fuga y escapa por cuatro huecos, el que resulta de 2 callejones que se cruzan.
Esta percepción centrifuga del Estrecho ha sido mi guía a la hora de atender el hecho de la representación en mi obra. Si bien he ido tocando el tema a lo largo de esta charla me gustaría se algo mas preciso en este momento.
Desde que los arquitectos y pintores del Renacimiento L.B. Alberti o Piero de la Francesca plantearon un sistema de representación geométrica del espacio (dentro de un espacio bidimensional en el caso de la pintura, la cultura occidental ha aceptado la perspectiva cónica lineal como la manera mas natural de representar un espacio sobre un plano.
Sabemos que la perspectiva lineal es un puro artificio creado por la mente del hombre, como necesario tinglado que albergue sus especulaciones espaciales y que de hecho no responde a los resortes de la visión humana universal aunque sea aceptada por otras culturas con diferentes raíces.
Hoy la fotografía se construye y se ve gracias a esta convención de la perspectiva lineal. Pero la visión del aparato fotográfico es monocular y fija.
Por el contrario, ver el espacio de esta manera  es absolutamente limitado a un orden y a un órgano, el ojo.
Todos estos postulados se vienen abajo cuando, como yo ya apuntaba al principio, al comentar la infancia del pintor, nos disponemos a mirar desde donde no se supone que este indicado hacerlo y desde otra distancia que no sea la impuesta por la imagen a escrutar.
El mero hecho de entrar en contacto con un objeto, de hecho lo que hace es modificarlo. Pensemos pues que nuestro cuerpo completo es el que percibe y recibe toda la información del espacio. La izquierda, la derecha,  lo alto, lo bajo son, en el espacio prolongaciones de nuestro cuerpo como modelo. No es que sea nuestro cuerpo el que se inscribe pasivamente en el espacio sino que, al contrario, es el espacio el que en su determinación adopta las actitudes fundamentales del cuerpo. El cuerpo es el lector. El cuerpo es esencialmente plástico y maleable.
(Hablar de los miembros fantasmas)
El niño con su pantalón corto, con su pelo engominado tras dar unos pasos se sitúa en el centro del patio bajo el sol. La sombra en ese momento apenas se despega de sus pies, es mediodía. El viento es leve. Eleva su brazo derecho y casi al mismo tiempo el izquierdo. Su figura dibuja una coma en el espacio.
Si gira sobre sus pies, el espacio será esférico, si da una vuelta de campana y luego otra el espacio tomara forma de caracol y si da un salto y apoya sus manos sobre el suelo y hace el pino vera el mundo bocabajo.
Quien ve el mundo dentro de un marco lo ve desde fuera del mundo, quien lo ve en un cruce donde las esquinas te escupen hacia fuera, esta dentro del mundo que esta viendo. El primero ve el mundo en un plano, el segundo en su profundidad, en su hondura.
Hay una forma de ver desde dentro, en el Estrecho es la única, aquí, la he aprendido.
¿Dónde esta el fondo? ¿Dónde están las figuras? Me preguntaría si el Estrecho fuera un cuadro.
El Estrecho es un espacio que se hace deshaciéndose sin pausa donde la figura es espacio y este una prolongación de la figura, ambos dibujados por la luz y el tiempo. Todos son fragmentos de un mosaico en constante composición y disolución. Nos moldea una afinidad reciproca.
El niño que se orienta ha ido aprendiendo que la pintura es un evento que se dibuja entre la luz y la sombra, que la pintura hace ver mas allá porque deslumbra los ojos perezosos haciéndoles ver su institucionalizada y cómoda ceguera.
El Estrecho fue una vez el final del mundo conocido y también el principio de los mundos por conocer. Hay mas Sures al Sur del Sur y mas Nortes  al  norte. El Estrecho es quien despierta y despabila a los desnortados. Este túnel de mar aire y memoria es la mejor vacuna contra  el mal del Siglo, el mal de las identidades. Yo? Yo? Me pregunto. Un extraño, un extranjero. Soy lo que el viento disponga, aire haciendo remolinos al azar y ante un lienzo, cada vez mas pintado y cada vez mas blanco, donde todo es porque nada permanece. “El Estrecho es un libro que desafía toda creencia” Edmond Jabes.

Allí se quedaron mis amigos, allí están enterados mis seres mas queridos, allí queda mi infancia y parte de mi memoria. Por allí anduvieron los fenicios, los griegos, allí los romanos establecieron los limites y el horizonte del mundo conocido, allí estos mismos pusieron las semillas de lo que hoy somos, por allí han entrado y han salido los árabes de todo tipo y condición. Por sus mares Hércules hizo sus trabajos, dejando las ruinas de sus columnas. Toda una memoria fantasmal que se acerca y se aleja como las mareas. Allí queda un autentico monstruo oculto que un día en su rabia atávica deshará los entuertos que los hombres con sus palabras huecas y bondadosas promesas de progreso, en su locura construyen a modo de torre de Babel para ciegos sordos y mudos.
Ahora me vuelvo al papel emborronado con dudas y digresiones con la esperanza de que una repentina cortina de niebla lo cubra y al borrarlo me devuelva  a la superficie blanca y especular donde estaba al principio y continué la representación…